diumenge, 29 d’octubre del 2017

"Me entenderás cuando te duela el alma como a mí".F Kahlo...Y llegó ese día.

Hay palabras, frases, preguntas dichas con la honesta intención de consolar, animar, a quien espera desde la incertidumbre, o vive con la enfermedad como compañera sin saber si algún día le soltara la mano o preguntándose porque se la cogió.
- Tranquilo, todo irá bien...
- Animo seguro que pronto se acaba...
- Intenta no pensar ...
- No te preocupes...
- Todo es normal ...
- No va mal, poco a poco...
- Como estas?
- Va todo bien?
- Ya sabemos que es lento, pero hay que tener paciencia.
Y una de las mejores, Aprovecha a descansar ...
¿Cuántas veces las decimos?  seguramente unas cuantas. Cuantas las habré dicho yo otras cuantas.
Pensamos que ayudar a ver por esa rendija por donde se deja ver la esperanza hace que se pueda combatir al desánimo.
Hasta que llega un día que el dolor, le perdida de independencia, el reposo obligado que no miran dentro de quien se instalan mandados como están por el azar, lo hacen en ti.
Y dejas de ser el emisor de esas frases para ser el receptor. Y la primera que oyes es: Intenta mirar el lado bueno, aprovecha a descansar.
Y de la noche a la mañana, estás en casa, moviéndote lo justo. Y los primeros días sí que agradeces el descanso porque como otras compañeras has estado apurando hasta que los pacientes se preocupaban por tu pierna., y el dolor era realmente dueño hasta de las horas de sueño.
Y empiezas la recuperación física pensando que será cosa de unos días y a volver a tu rutina....
pero no, tu cuerpo es que decide su evolución o no, porque empiezas a pensar en si volverás a ser la de antes, a ser la que va por su pasillo casi más rápido que su carro. Y es que tantas horas en casa dan para mucho.
Y es entonces cuando esas frases que tú has dicho un millar de veces, te las dicen a ti, con todo el cariño, pero que diferencia cunado las recibes desde la incertidumbre.
Porque no sé si todo irá bien, claro que lo espero, pero aún no lo sé y eso me crea inquietud, miedo, rabia e impotencia porque no puedo mandar sobre mis músculos.
Con lo cual me preocupo y aunque no quiera pienso y en según qué momentos pienso mucho.
La normalidad lo es depende de donde se mire, y para mi ahora no poder utilizar escaleras, andar lento, no es normal, aunque al inicio de todo no andaba bien en ninguna velocidad.
Ya sé que no va mal y cada día consigo algo, pero la lentitud requiere de un entrenamiento de la paciencia que sé que me ayudara y mucho una vez pasado todo esto, pero ahora que no me digan que la tenga porque realmente hay momentos en que estoy intratable.
Y descansar ya he descansado. Lo que más deseo ahora es volver a vestir de blanco, a arrastrar mi carro, a hablar con los pacientes, y sí a salir del turno diciendo que vaya mañana aun sabiendo que es lo que me gusta y que no lo cambio por nada.
Estos días he vuelto a pensar mucho en el artículo que escribió el recordado Carles Capdevila, sobre el preguntar ¿Cómo Estás? y la dificultad que entrañaba la respuesta desde un estado de enfermedad o de incertidumbre sobre tu evolución.
Seguramente ni tan siquiera hemos pensado en que detrás de un " no sabría decirle”   como respuesta,  hay una situación para la que no se ha sabido encontrar un adjetivo, o un dolor o una angustia que no se sabe describir ( los sentimientos cuestan muchísimo de describir como todo lo abstracto ).
Me he dado cuenta que al decir algunas palabras, no herimos, no molestamos, pero damos por hecho sentimientos ante una situación que vivimos como profesionales, pero no en nuestro interior.
¿Porque si yo he vivido esas sensaciones, ante una retracción aguda del cuádriceps, que debe pasar por la mente de quien es diagnosticado de una enfermedad de evolución incierta o degenerativa, o grave?
Y es que no siempre nos podremos poner en los zapatos del otro…






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